CON LA MUERTE EN LA MANO
Diamela Eltit (Escritora Chilena, premio Nacional de Literatura 2018)
Tania González ingresa en un territorio pictórico que pone como condición el tránsito por una cierta historia del arte. Una historia que va a ser reformulada por la artista mediante procedimientos estéticos transformadores. El tradicional “bodegón” de otros siglos, fundado en los soportes de la vida cotidiana -comida y cocina- experimenta una fuerte convulsión. El arte como huella marca su impronta al repensar la naturaleza muerta (su vigencia diseminada en multitudinarios signos) para ingresar de lleno en la belleza tétrica del ave y las siempre sorprendentes plumas que lo envuelven.
Son esas mismas plumas las que permiten darle una vuelta o disolver a la naturaleza (muerta) y proponer, desde la pintura o por la pintura, la veloz y móvil reposición de una estética que complejiza y despliega la realidad de la pluma para mostrar el nivel de confusión y de torsiones que puede alcanzar la ingravidez.
Cuerpo de plumas que difieren el peso de la muerte mediante la exhibición del espectáculo extenso del color y de la forma. De esa manera y por la destreza artística, el cotidiano se rompe y se altera y vulnera su propia naturaleza para poner en evidencia que lo que entendemos por realidad o realidad pictórica es nada más y nada menos que una agitada, pensante, mutante construcción.
Son las plumas incomibles del ave, la fuerza del color, la precisión de sus alas, lo que enmarca el escenario ritual de la naturaleza muerta que alimenta y nutre la vida. Pero el ave muerta emplumada todavía es un objeto cautivante. Ese mismo objeto al que Tania González acude una y otra vez para explorar allí su densidad estética, su permanencia y actualidad en todos los tiempos, su huella decorativa en una cocina inacabable.
Se pasa de la absoluta detención al movimiento (el trazo o trozo de pintura) así, la artista, muestra cómo la representación es siempre una experiencia que puede ser deconstruida y, a la vez, reconstruida, que es inestable y que lo representado puede alcanzar diversas dimensiones. El pájaro emplumado sale de la cocina y pierde la comodidad visual para transformarse en un caótico y singular cuerpo que renace de sí mediante sus opacos vestigios.
Y, en otro procedimiento, ingresa la taxidermia como práctica posmortem. Una científica operación que quiere conservar y promover la muerte como objeto disponible para el ojo. Tolerable. Decorativo. En sus cajas de arte conviven pintura y la técnica más material de una biopolítica que exalta la naturaleza de las aves. Sólo que esa naturaleza es una producción de tecnologías científicas que permiten escenificar restos y de-volverlos como espectáculo visual.
De manera ultra contundente y también ultra competente, Tania González construye una obra en la que operan múltiples sentidos que se unen para constituir un relato visual que aborda (y trasgrede) la noción de simplicidad, belleza y cotidiano. Su trabajo se expande hacia bordes inacabables en los que se insertan una serie de preguntas que ponen en cuestión los conceptos dominantes. Su trabajo se asienta en la historia de la pintura y nos muestra su revés y su actualidad. Su mano taxidermista muestra enteramente su eficacia…